Seguro que más de uno os
preguntaréis: ¿qué hace un joven de 19 años en un lugar como este?
Que un chico joven, en la
sociedad en la que estamos inmersos hoy en día diga que quiere ser sacerdote
puede sonar extraño, sorprendente e incluso una locura.
Como bien dice el lema de
este Año de las Vocaciones, hay que estar abiertos a la llamada de Dios. Pues
bien, he aquí mi experiencia de como descubrí mi vocación:
Desde un primer momento puedo
decir que tomar la decisión no fue nada fácil, ni tampoco cuestión de unos
días. Esta pequeña llama surgió en mí desde muy pequeño, pero como suele ocurrir
con algunas cosas en la vida, conforme fui creciendo fui “tapando” un poco esa
llama.
Pero un par de años antes de
tomar la decisión el Señor quiso “destapar” de nuevo la llama. Y la manera de
hacerla destapar fue por medio de mi madre, que en una Cuaresma me propuso ir
todos los días a misa. Y uno de esos días tras comulgar, me senté en el banco y
me volvió esa idea a la cabeza. Esto produjo en mí una extraña sensación de
alegría, pero también de miedo. Yo sabía que esta idea había estado siempre
ahí, pero lo que no sabía es que algún día la llama empezara a “quemar” tanto.
Pues bien, la llama empezó a
avivarse pero en aquel momento no tenía ni la más remota idea de que hacer, así
que la idea quedo latente, pero en un segundo plano.
Un momento, que me ayudó
mucho, fue mi experiencia de la JMJ de Madrid en 2011, en la cual pude palpar
esa felicidad de la vocación. Y como Dios “no da puntada sin hilo” quiso
ponerme ese mismo año a un sacerdote en mi vida, el cual tuvo la iniciativa de
preguntarme si me había planteado alguna vez ser sacerdote. Puedo aseguraros
que en un primer momento me quede sorprendido, y no paraba de hacerme
preguntas.
Poco a poco en esos
encuentros con este sacerdote la idea fue madurando, puedo aseguraros que
fueron unos meses de intensa oración y escucha atenta.
Finalmente tome la decisión
de que quería entrar en el Seminario, ya que intuía que el Señor me estaba
llamando. Pero aquí llegó el momento más difícil, ¿cómo se lo decía a mi
familia?
No encontraba el momento, y
siempre esquivaba o ponía excusas cuando la gente preguntaba sobre lo que
quería estudiar, por lo que decidí en un primer momento esperar a terminar el
curso y la selectividad. Terminada la selectividad seguía teniendo el mismo
problema.
Y aquí es cuando la
Providencia Divina actuó (Dios siempre nos está sorprendiendo). Un par de días
después, recién levantado mi madre me dijo que tenía que hablar conmigo, y yo
pensé: «Ya está, ya me lo va a preguntar». El corazón me palpitaba como nunca.
Entonces mi madre me empezó a decir que si alguna vez me había planteado ser
sacerdote. Y aquí vi el “cielo abierto”. Mi respuesta fue inmediata: «Sí, sí
quiero entrar en el seminario». A esto le acompaño un gran abrazo y muchas,
muchas lágrimas.
Poco a poco se lo fui
comunicando a mi familia, a mi párroco y a mi parroquia.
A los pocos días viene a
hablar con el rector del seminario y ese mismo septiembre entré en el
seminario.
Ha día de hoy puedo decir que
soy muy feliz, por supuesto que tengo días peores, dificultades,... pero os
puedo asegurar que no me arrepiento de nada.
Desde aquí quiero animar a
los jóvenes que sienten alguna inquietud que no le den de lado, que estén con
los oídos atentos a la llamada del Señor. Aunque parece que el Señor no llama,
sí sigue llamando, el problema está en que no estamos en disposición de escucha.
Por eso es tarea de todos rezar por las vocaciones, preocuparse por los
jóvenes, ayudarles y escuchar sus inquietudes y problemas, fomentar grupos de
jóvenes en las parroquias...
En este Año de la Vocaciones
pidamos por esta intención intensamente al Señor, para que esa llama que está
oculta en tantos jóvenes se avive.
Un abrazo a todos,
Andrés Aldarias Martos
Seminarista de la Diócesis de Jaén
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