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domingo, 12 de enero de 2014

CARTAS A JESÚS DE NAZARET



Carta octava a Jesús de Nazaret       
Domingo Bautismo del Señor  12-1 2014
Evangelio: Mateo: 3, 13-17


S
eñor: Hoy me comunicas un momento de tu vida humana, esencial. ¿Qué motivó el que dejases la vida de convivencia con tu madre, en Nazaret, y salieses al encuentro de Juan el Bautista, para recibir el bautismo en el río Jordán?

Yo, no lo sé. No obstante, permite  que lo imagine. Con la pregunta y arriesgando mi opinión, puede que provoque una sonrisa y, quién sabe, si la promesa de aclarármelo algún día.

Tu clara y aguda inteligencia fue haciéndose más patente y sorprendente, desde tu primera adolescencia. Llegó el día y la hora en la que José y tu madre, decidieron desvelarte tu sorprendente origen humano. Tu madre no dejó un solo día de pensar en él. Tampoco, José. 
                                                                                                                                      
Fue un acontecimiento que afectó a los dos. Y no solo a lo dos; también , y principalmente, a ti. Tu pasado, tu presente y tu futuro estaban encerrados en él, como en un arca sellada. Tenían que decírtelo, ¡y te lo dijeron!  Desde entonces, tú ya no fuiste el mismo, Jesús, ni tu oración fue la misma.

¿Qué pasó por tu cabeza? Y ¿por tu corazón?     
                                                                     
El quedarte unos días en Jerusalén  ¿tuvo que ver con esto?

En el relato de Lucas (2,41-52) leo especialmente párrafos que me inclinan a ello:

1º “A los tres días lo encontraron en el Templo sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles” ¿Te quedaste en el Templo, Jesús, para encontrar en el saber de los doctores un poco de luz para tu claridad?
                                                    
2º “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?  

3º “Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres”

Si crecías, Jesús, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres, en ninguna dirección había de ser mejor que en la misión encomendada por el Padre.

Tú tenías que mezclarte con los hombres y mujeres del pueblo, conocer su manera de expresarse y sus carencias de Dios. Vivías en la mejor Universidad, la aldea, y en ella, ibas a permanecer hasta tu madurez humana, viviendo, hablando trabajando en el pueblo y con los del pueblo.

Tu bautismo en el Jordán clausuró la primera etapa de tu vida y abrió la puerta a la predicación del Reino de Dios y formación del grupo de seguidores.

Con afecto y adoración. Bartolomé Menor.

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