Queridos
fieles diocesanos:
La alegría de la Pascua
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El
apóstol Pablo llegó a esta alegre y reconfortante verdad cuando, al preguntarse
cómo él había dado el paso de perseguidor de cristianos a su entrega total por
el Evangelio de Jesucristo, concluye: Jesucristo me amó y se entregó a la
muerte por mí, está vivo. Esta fue la causa de su conversión y él quiso pagarle
con la misma moneda. Nada ni nadie pudo ya apartarle de este amor. Siguió
viéndole a Cristo vivo en medio de sus comunidades. No se quedó en Damasco sino
que no dudó en salir a las periferias del mundo, para anunciar este
acontecimiento que sobrepasa la historia.
Realidad de la resurrección de Cristo
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La
sagrada liturgia nos acerca a este acontecimiento mediante el lenguaje de
símbolos por medio del agua, la luz, el canto del aleluya, sobre todo en la
Vigilia Pascual.
Sin
embargo, la prueba segura de que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, el
Mesías esperado, no fue únicamente su muerte, sino que Dios lo resucitó de entre los muertos (Cf. Hch. 17,31). Al
resucitarlo el Padre, lo glorificó. Como escribe san Pablo en su carta a los
Romanos: “porque si profesas con los
labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre
los muertos, serás salvo” (Rm. 10, 9).
La
resurrección de Cristo no es una experiencia mística o fruto de la
especulación, sino un acontecimiento real
e histórico que ha dejado huellas indelebles: la luz que deslumbró a los
guardias que vigilaban el sepulcro ha atravesado el tiempo; quienes vieron la
losa removida y el sepulcro vacío, nos los han contado; el mismo Jesús vivo y
tangible se apareció a María Magdalena, a los discípulos de Emaús y a los once,
en el cenáculo (cf. Mc. 16, 9-14).
Razón para nuestra esperanza
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La
Pascua de Cristo, por tanto, es el fundamento de nuestra alegría y esperanza.
La fe en Cristo Resucitado es el núcleo central de nuestro Credo y luz inextinguible
que ilumina nuestra peregrinación por esta vida.
Si
fallara en nosotros la fe en la resurrección de Jesús todo se debilitaría en
nuestro interior. No entenderíamos muchas cosas, surgirían demasiados
interrogantes y, como consecuencia, no tendría apenas fuerza nuestro
testimonio. Por el contrario, la certeza en su resurrección ilumina nuestra
existencia de creyentes y nos infunde energía y audacia para ser sus testigos
hasta en la cruz.
Que
la Virgen María nos ayude a vivir, en nosotros y en nuestro entorno, la alegría
de esta Pascua, para ser testigos convincentes de nuestra fe entre los demás.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
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