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sábado, 28 de febrero de 2009

REFLEXIÓN PERSONAL

El Señor Obispo comenzaba hablándonos de los sentimientos de Cristo, y después han ido saliendo a relucir diferentes sentimientos, o cualidades de los que viven en Cristo, como son la fe, el amor y la caridad, la hermandad o vida en una comunidad, la conversión y el Sacramento de la Reconciliación, la educación de los hijos…

Pero nosotros sabemos que de todos ellos el verdadero sentimiento, el más importante y que engloba a todos los demás es el Amor, el mandamiento nuevo, y sabemos, tomando las palabras de San Juan de la Cruz, que “al final de la tarde nos examinarán en el Amor”, pues “sólo se vive cuando se ama”, por tanto “quien no amó nunca no ha vivido jamás”, y “sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida”.

Realmente me he sentido satisfecha cuando he ido comprobando que cada uno de vuestros informes, de vuestras cartas tenía un trasfondo con algún sentimiento de Cristo, no se quedaba en algo superficial y falto de sentido. Cosa, que por otra parte, podría ocurrir fácilmente al centrarnos demasiado en las manifestaciones públicas y en lo material, y no en lo realmente importante, la espiritualidad. Las manifestaciones públicas, las procesiones, desde mi punto de vista, deben ser la expresión exteriorizada de un sentimiento o de un contenido privado.

Así, podemos extraer las dos caras de la Semana Santa en Baeza, que, por cierto, ambas son muy ricas. Por un lado el contenido privado, que no debe centrarse en la persona misma, sino en la persona en relación con los demás: son los momentos que compartimos con los hermanos de comunidad durante las celebraciones litúrgicas, ese caminar hacia el Padre, no solos sino en hermandad. Por otro lado, está la Semana Santa de la calle, que debe ser consecuencia y testimonio de lo experimentado junto al Señor del Sagrario. Por tanto no tendría sentido manifestar públicamente algo que no hemos sentido y vivido interiormente, sería una incoherencia.

Hace unos años, una compañera de clase, que es de Córdoba, cuando ya iba llegando este tiempo en que empieza a “oler” a Semana Santa me preguntó: “¿Cuál es tu Cristo?” Y, claro, ella esperaba que yo le contestara diciendo: mi Cristo es un Señor, atado a la columna, un crucificado, un resucitado… no sé… Pero a mí su pregunta no me gustó porque parecía como si hubiera más de un Cristo y entonces le dije: “mi Cristo está en el Sagrario, ése es mi Cristo”. Ella se quedó un poco callada porque, al ser el primer año de carrera, todavía no me conocía lo suficiente. Y a los pocos segundos, una vez que ya conseguí hacerla reflexionar, respondí a su pregunta: “Soy hermana de la Cofradía de la Columna y de la Cofradía de la Humildad, pero mi Cristo es el del Sagrario”, lo cual no quita que yo sienta especial devoción por el Señor de la Columna, ya que es en este misterio de la Pasión cuando Jesucristo aceptó el dolor siendo ejemplo de lo que nos dijo en (Mt 5, 39-42): “No os resistáis al mal”, y realmente él no se resistió, porque su paso por ese dolor supuso nuestra salvación.

Contemplando a nuestro Titular veo a un hombre valiente, con las ideas claras, cumplidor de la voluntad del Padre, que aceptó el dolor de los latigazos, el dolor de verse privado de su libertad física, porque sabía que eso era necesario para conseguir nuestra redención. Cuando lo veo atado a esa columna encuentro las fuerzas para seguir ese camino de vida que nos marcó y para dar a conocer su Evangelio. Al igual que Él, nosotros debemos abrazar nuestra cruz de cada día y nuestro dolor, cumpliendo la voluntad del Padre, para alcanzar la vida eterna.

Por supuesto, también siento especial devoción por su Madre, María Santísima de las Lágrimas, la “Dolorosa de El Salvador”, que a todos nos gusta decirle GUAPA, GUAPA Y GUAPA, pues como sabéis, “de las flores de Baeza, la más bonita, eres Tú”, y con solo mirarla y mirarle a Él brota en nuestro interior la oración contemplativa a través de esos Azotes de Dolor y de esas Lágrimas de Amor.

Nuestro párroco nos decía en su reflexión de adviento que la vida de un cristiano debe tener tres dimensiones importantes, que son la oración, la contemplación y la eucaristía. La contemplación es mirar a nuestros Titulares y dejar que ellos nos hablen, que se nos den a conocer. Pero toda conversación precisa de, al menos, dos interlocutores, y así surge la oración, que es la respuesta a esa contemplación. Ahora nosotros le hablamos a ellos entrando en un diálogo amoroso que debe ser el centro de nuestra vida a partir de lo que se articula el resto de nuestra existencia y el trato con nuestros hermanos.

Nos dice Don Mariano: “la oración se revela como la plena curación del alma”, “nos proporciona un tesoro de fuerza espiritual que nos llevará a anular todo pecado, a purificar la conciencia de esa sensación de malestar”.

(Matta el Meskin, monje copto) define la oración como “la puerta a través de la cual tienes acceso al Señor, por la que el Señor viene hacia ti para hacerte despertar, corregir tu conciencia y para exhortarte a recibirlo en tu vida y adherirte a él para siempre, para la vida eterna”. A través de este diálogo con Cristo, nos vamos identificando con él, vamos dejando que sea él quien viva en nosotros, y nos vamos apropiando de sus sentimientos.

Todo, esto sin olvidarnos de la Eucaristía, Sacramento de Sacramentos y centro de nuestra vida cristiana. Especialmente en este tiempo de Cuaresma, estrenado hace dos días, estamos llamados a la conversión, a la reconciliación, a través de la oración y la Eucaristía.

Es importante que esto lo extrapolemos a nuestra vida diaria, a nuestro trabajo, que se lo expongamos a nuestros niños y jóvenes y que seamos testigos vivos del Evangelio de Jesucristo, del Reino de Dios que está tan cerca, tan cerca que comienza aquí, entre nosotros, allí donde las personas se aman, y viven en comunión. Tenemos que ser coherentes y auténticos portadores de la Palabra de Vida en una sociedad que da culto a la muerte, y lo que es más, a la muerte de inocentes, de personas que no se pueden defender.

Muchas gracias a la Junta de Gobierno por haber confiado en mí y haberme dado esta oportunidad. Que el Santísimo Cristo de la Columna nos acompañe, nos fortalezca y nos guíe durante estos cuarenta días de peregrinación hacia la victoria de la Vida sobre la muerte, por intercesión de su Madre la Virgen de las Lágrimas y San José, su esposo.


En Baeza a 27 de febrero de 2009
Mª Ángeles Morillas Martínez

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