¡Qué angustia, Señor; la muerte así, sin dosis; como un trueno seco y grande! Qué dura es la angustia, aunque... ¡si sabrás Tú de agonías para que yo te lo diga! Bueno, pues dame la tuya como modelo y ayúdame a remontar ese puente de la preocupación, para que yo no vea más que lo que importa y que es lo que hay al otro lado de la barrera: ¡Tú mismo, mi Señor!
(Las golondrinas nunca saben la hora, p. 152)
Padre Nuestro, Avemaria y Gloria
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