Simón: cuando el hombre caído pudo levantar la cabeza, ¿te acuerdas del modo con que te miró? ¿¡No lo vas a recordar si era como si te conectaran en los ojos una fuente de agua dulce que te iba resbalando hasta el mismo corazón!?
Simón: si tú tocas a ciegas y sabes distinguir lo que es un escardillo, la azada o el puño de un arado, dime: el tronco aquél ¿era un árbol cualquiera o le notaste el calor y la potencia de una savia que no fuese de esta vida?
Simón: ¿cuánto pesaba, verdaderamente, aquel pedazo de madera que llevabais a escote entre tú y aquel Nazareno desconocido?
Simón: cuando se está dentro de un suceso tan doloroso, ¿cómo se ven las gentes a las que estamos sirviendo de espectáculo?
¡Qué envidia de ti...; nosotros, oteando el cielo y tú, en cambio, viéndolo todo por esa puerta grande del conocimiento de Dios que es la caridad!
(Cartas con la señal de la cruz, p. 176)
Padre Nuestro, Avemaría y Gloria
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