Mira, Cristo, yo también soy un condenado a muerte; llevo mi cruz a cuestas, caigo bárbaramente ante las peripecias de cada día, soy desnudado por el infortunio y a cada momento me clavan las manos los martillazos de la inutilidad. Sólo falta que mi vida sea también redentora.
(Dios habla todos los días, p. 32)
Padre Nuestro, Avemaría y Gloria
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