Carta tercera
a Jesús de Nazaret
Domingo 8 de Diciembre del 2013
Evangelio: Lucas 1, 26-38
¡T
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e felicito, Señor! Te felicito por la
madre que tienes. No por la madre que te tocó en suerte; sino por la que
hiciste para ti, con la colaboración de tu Padre Dios y del Espíritu. Nosotros
tenemos la madre que nos toca en suerte; tú, no. Tú la elegiste y la modelaste
a tu gusto.
Si yo
hubiese tenido esa oportunidad, lo hubiese hecho, sin duda. Cierto que estoy
contento, muy contento, con la madre que me tocó en suerte. Pero tu
Madre….. Tu madre hubo de ser la mujer
más santa, más bella, más inteligente y con los mejores valores humanos, jamás
igualados. ¿También la más bella?
¡También! Porque si el cuerpo es la envoltura del alma, el rostro el reflejo
del alma y los ojos las ventanas por donde se asoma ese alma ¡qué guapa fue y
es María, tu madre!.
Gracias,
Jesús, por haberla hecho tan sencilla y humilde. Yo a pesar de ser tan poca
cosa, me dirijo a ella y le hablo con toda confianza y sencillez. No necesito verlo, y estoy seguro, que cuando
me acerco a ella, sus ojos se vuelven hacia mí, tiernos y amantes; y sus oídos
atentos y sin prisa.
Tengo tanta confianza en
su corazón de madre, que desaparecen las sombras y miedos cuando pienso en su
amor.
A veces, tengo miedo de
ser más mariano que cristiano. Seguro que te sonríes, Señor. Porque es
imposible ser mariano con fe correcta y no ser, cada vez, mejor cristiano.
Sé, Jesús, que tu madre
es grande, santa y admirable, por ella misma, por sus méritos personales,: por
su fe, por la vida limpia, que vivió, y por la manera admirable de soportar el
sufrimiento que golpeó su corazón de mujer y madre.
Pero la razón mayor de
ser lo que es, grandeza inalcanzable para otra criatura humana, es ser tu
Madre, hija predilecta de tu Padre Dios, y esposa del Espíritu Santo.
Con afecto y adoración.
Bartolomé Menor.
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