Carta quinta a
Jesús de Nazaret.
Domingo 22 de diciembre del 2013
S
|
eñor: San Mateo (1, 18-24) nos ha
dejado escrita una narración acerca de tu generación humana. Nos introduce en
uno de los misterios divinos más grande. Y no solo más grande y profundo, sino
el más transcendente: Tu encarnación y nacimiento humanos, supuso un punto
clave y único en la divinidad.
¿Cómo lo viviste tú Jesús
de Nazaret?
El
apóstol Pablo dice en su carta a los Filipenses (2, 6-8), algo que marca e
ilumina de forma clara el acercamiento a tu ser encarnado: “Él, a pesar
de su
condición divina, no se
aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, haciéndose uno de tantos…” Si tu nacimiento siguió un
proceso humano, naciste como todo niño: sin saber hablar, ni andar, ni
comprender lo que sucedía a tu alrededor…inteligente, muy inteligente, como lo demostraste
después; pero
niño normal.
Creciste en una aldea
pobre y dentro de una familia de artesanos, compuesta por una mujer joven y un
hombre carpintero.
La
gestación y el nacimiento de tu humanidad, trascurrieron en la inconsciencia de
un niño, rodeado de amor y ejemplaridad de un hombre justo y de una madre
única. Para ellos dos, fue muy
distinto. Para José, el comienzo de tu vida humana
fue desconcertante, y le
puso al borde de grave tragedia personal.
Para tu
madre, una experiencia inédita, que no dejó un solo día de ocupar su
pensamiento y de agitar su corazón.
Para los
dos, profundo y del todo incompresible misterio vivido en silencio.
Para tu
madre, hubo, además, un plus de preocupación. El misterio no solo
afectaba a tus padres.
Precisamente incidía sobre ti.
Cuando llegaste, Señor, a la adolescencia, el
secreto resultó a tu madre imposible de mantener en silencio. Qué te dijo? ¿Cómo te lo dijo? ¿Qué
impresión te produjo? ¿Afectó en algo a tus relaciones con José? Adivino, Señor, sin que nadie me lo haya
dicho, que aquella revelación cambió la mirada hacia tus padres: A maría tu
madre, era ya imposible mirarla y abrazarla con más ternura y amor; a José, tu
padre, a quien admirabas por su espíritu de trabajo, honradez, hombría y
bondad, añadiste agradecimiento y admiración.
Con afecto y adoración.
Bartolomé Menor
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