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viernes, 21 de junio de 2019

CARTA PASTORAL CON MOTIVO DEL DÍA DE LA CARIDAD

Os comento lo que me sucedió en mis primeras visitas a Nuestro Padre Jesús, “El Abuelo”. Antes de venir a Jaén, lo había conocido en estampas y postales, que habitualmente sólo muestran su imagen. Al llegar a la ciudad le visité y le recé en diversas ocasiones en el camarín, y siempre lo vi de frente, mirada a mirada, por lo que sólo contemplé su rostro sin ver a nadie más. Un día, sin embargo, me acerqué a él y, de pronto, me di cuenta de que, desde hace más de un siglo – eso lo he sabido después - lleva la compañía de Simón de Cirene, del que nadie dice nada y que a casi nadie llama la atención, siendo tan jaenero como es.

Confieso que en ese momento me sorprendí del silencio con que este entrañable personaje es tratado en la devoción popular. Intenté comprenderlo diciéndome que, al fin y al cabo, Jesús es el centro de la fe de cada cristiano y, por eso, sólo Él ha de acaparar toda la atención de nuestro corazón creyente. Pero, al ser tan profunda, tan arraigada, apasionada y multitudinaria la devoción que se le tiene a Nuestro Padre Jesús, me costó entender que nadie tuviera una palabra, un recuerdo, o una mención afectiva para el Cirineo, sobre todo en las manifestaciones públicas.
Pensé entonces que tendría que decir algo sobre este buen hombre. Y pensando en cuál sería la mejor ocasión, me ha parecido que es oportuno recordar al Cirineo del Abuelo en la solemnidad del Corpus Christi, día de la Caridad. Voy a reflexionar, por tanto, con vosotros sobre la colaboración fraterna con Jesucristo, en la carga de la cruz, de ese compañero improvisado con el que se encontró camino del Calvario. Simón de Cirene, al pasar por una calle de Jerusalén, de pronto vio a un ser humano caído, que ya no podía soportar el peso de su cruz, y le ayudó en su subida dolorosa. Es posible que, en principio, se sintiera obligado, pero no tengo ninguna duda de que hubo complicidad entre el Cirineo y Jesús en el tramo de camino que los dos compartieron.
En realidad, es siempre el dolor del otro, su carga, su pena, su hambre, su deseo de libertad y dignidad, lo que mueve a ser solidarios. Se puede decir que el Cirineo de Nuestro Padre Jesús es la imagen de la caridad que estamos llamados a ofrecernos los unos a los otros; sobre todo por su predilección especial por aquellos a los que nos encontramos heridos en el camino de sus vidas. Jesús, por su parte, es la imagen visible que mueve la caridad de los cirineos, la que representa a todos los pobres. Se puede decir que esta colaboración es la forma perfecta de la caridad: cooperar con la cruz de Jesús, la que ahora llevan todos aquellos con los que Él se identifica, y hacerlo con humildad y silencio como el Cirineo. “No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha” (Mt 6,3).
Por eso, en el Día de la Caridad quiero hacerle un sencillo homenaje a este ciudadano humilde de Jaén, ese que representa, insisto, la caridad en su mejor versión, la de ayudar al hermano viendo en él a Jesús. Bendito sea ese ser humano siempre con sus manos en la cruz del otro, al que no se le ve cuando miramos de frente a Jesús, pero que está siempre en su segundo lugar, representándonos a todos en el compartir las cruces en todas sus formas de pobreza, marginación, humillación o descarte.
Es siendo cirineos como renovamos la faz de la tierra y le vamos dando con nuestro eficaz, generoso y discreto servicio un nuevo rostro a una humanidad que, por la fe manifestada en la caridad, ha de participar en el embellecimiento de la creación. “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluya la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar (Francisco Laudato Si´, 13).
La Eucaristía es la entrega amorosa, “hasta el extremo”, de Jesús, y en ella nos asocia todos nosotros con Él, como nuevos cirineos, que comparten su compasión y su misericordia en favor de cada ser humano necesitado. En la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo nos urge a acompañar a los pobres, para que en su recorrido vital encuentren la caridad y la esperanza que Él encontró en este hombre bueno y desconocido del pueblo.
La invitación a ser cirineos es para todos los que vivimos de la Eucaristía, para las comunidades cristianas. Y lo es, sobre todo, para los que desarrollan el ejercicio de la caridad en cualquiera de sus manifestaciones y, en especial, para los que en Cáritas están al servicio de los más pobres. Estos saben que en la vida de la Iglesia nada se hace por cuenta propia, siempre se hace en nombre de Jesús y como Iglesia del Señor, a la que hacen creíble siendo cirineos de Jesús.
Esta invitación a la caridad se la hago también a todos los que, de buena voluntad, son sensibles al dolor y al sufrimiento humano. Seguramente, el Cirineo ni conocía a Jesús ni había oído nunca hablar de Él, pero un día se lo encontró y lo ayudó. ¡Os imagináis con qué gratitud acogería Nuestro Padre Jesús el alivio que este hombre le ofreció! A cuantos veis a la Iglesia hacer el bien, os digo: ayudadla en el ejercicio de la caridad, aunque no sepáis los motivos que la mueven ni en nombre de quien se preocupan por los demás.
Si me lo permitís, os aseguro algo muy bueno en nombre de Jesús: si colaboráis con la Iglesia, sentiréis en recompensa mucha felicidad. Son palabras suyas: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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