Carta décima a
Jesús de Nazaret
Domingo III del tiempo Ordinario
(26-1-2014)
Evangelio: Mateo 4, 12-23
S
|
eñor: La prisión de Juan el Bautista,
llegó envuelta en aires de tempestad. Herodías había ganado la primera batalla
y no estaba dispuesta a ceder. Tú, que eres la Verdad, tarde o temprano
–más bien temprano-, entrarías en el centro de atención de Herodías
.
Prudente, te retiraste a
Galilea y elegiste como centro de actividad, Cafarnaún
.
¿Tu decisión fue miedo? No. Es que no era tu hora.
Buscaste, como comienzo,
un lugar de paz. Elegiste colaboradores. Seguro que podías solo; pero no
quisiste: no era tu estilo.
Tu
proyecto de construir el Reino de Dios tenía conformación de familia. Además de
un Padre, contaría con unos hermanos que
se amasen por encima de simpatías y sangre, viviendo la responsabilidad
compartida.
Desde
el principio fuiste claro. Lo tuyo era fundar, no un grupo de poder, ni una
sociedad comercial, o de intereses terrenos.
Era el
Reino de los Cielos, que había de comenzar por la conversión interior.
Conversión
que exigía renuncias fuertes y radicales.
Es vivir para la causa de Dios, que es la causa de los pobres, bajando
del pedestal al “Yo” que llevamos dentro.
¡Demasiado,
quizás! Pero ese, Jesús, es tu proyecto. Sin local, comenzaste tu escuela ambulante. Los dos primeros
Discípulos que elegiste, eran dos hermanos ocupados en faena de pesca: Pedro y
Andrés. Los dos siguientes, también eran
hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Reparaban las redes, junto a su
padre, a punto de salir a pescar.
Es posible
que me equivoque, Jesús, pero creo que tu oferta, no era mucho de su agrado.
Pienso que ellos se sentían más a gusto entre barcas, redes y peces, que entre
enfermos. Y mucho más lucrativo.
Pero aquí
estaban los cuatro contigo. Atrás quedó la familia. Contigo quedaron.
Primero rodeándote y aprendiendo de ti; después, cogiendo tu relevo.
Con afecto y adoración. Bartolomé
Menor.
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