Carta séptima
a Jesús de Nazaret
Domingo 5 de enero del 2014
Evangelio: Juan, 1, 1-18
S
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eñor: Hoy recibo un escrito que tiene
el sello de tu apóstol Juan. El ha sido el amanuense; pero tú has sido quien se
lo ha dictado. Lo que dice en él, es imposible que lo sepa, si tú no se lo
hubieses comunicado. ¡Cuánta profundidad! Gracias por la gracia de enriquecerme
con el.
“En el principio existías
tú” Aún no eras hombre. No existía hombre o mujer alguno. Tú, si existías. Eras
Dios que compartías esencia y existencia con Dios. Y como Dios, creaste todo
cuanto fue saltando a la vida.
Te
convertiste en la Luz de todo ser viviente que comenzó a dar los primeros pasos
por los oscuros y polvorientos caminos de la vida.
¡Desconcertante
realidad! Desde el principio fuiste la
Luz que alumbras a todo el que entra en la vida. Hoy, también; aunque son
muchos los que te rechazan y siguen su camino en tinieblas. Así nos va!
Tú, Señor, no renuncias a
ser la Luz de todos los que entramos en la vida. Más aún. Bajaste hasta
nosotros y abriste una casa para que todo el que quiera tener luz encuentre la
puerta abierta.
Es más: Al que se te
acerca, no solo encuentra casa iluminada, sino una familia con un padre: tu
Padre.
Sí, Jesús. Tu apóstol me
advierte que tengo que levantar los ojos de la tierra, porque se trata de otra
paternidad, no fundamentada en la sangre y en el amor carnal. Pero no quita la
verdad de compartir padre contigo, y formar con los demás acogidos por ti ,
verdadera fraternidad.
No puedo comprobar lo que
Juan dice en tu carta de hoy, porque mis ojos solo permiten ver, y no siempre,
lo que ilumina el sol. Pero no deja de ser verdad; incluso más verdad. Porque a
él, se lo dijiste tú, que eres la Palabra exacta que abarcas esta verdad y la
compartes con tu existencia.
Un día lo veré todo claro
y me llenará de felicidad inconmensurable.
Entre tanto, no me
cansaré de expresarte mi agradecimiento, Jesús, y de comunicárselo a mis
hermanos que, cogidos de la mano, caminamos en esperanza por nuestros caminos
de tierra.
Con afecto y
adoración. Bartolomé Menor.
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