Queridos
fieles diocesanos:
Día del Trabajo
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Sabemos
que esta fiesta nació como exaltación del trabajo y en recuerdo de los
trabajadores asesinados en Chicago en el año 1886, por reivindicar ocho horas,
no más, de trabajo diarias.
En
el año 1955 la Iglesia, por medio del Papa Pío XII, la instituyó como fiesta
cristiana, en honor de San José Obrero, para, además de orar por todos los
trabajadores y sus familias, dar a conocer su rica doctrina social sobre el trabajo
y dignidad del trabajador, exhortándonos también a nuestra santificación
personal mediante el mismo. San José no sólo se entregó al trabajo artesanal en
Nazaret y Egipto para así sacar adelante a su familia, sino que también, por
medio de esta entrega, fue santificándose acogiendo día a día el proyecto de
Dios sobre su persona: proteger y alimentar a María y a Jesús, creciendo en su
fe desde su convivencia en familia.
Trabajo y familia
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El
mismo Pontífice señalaba otro principio fundamental, en otra ocasión, que
también hemos de tener muy presente: la íntima relación entre el trabajo y la
familia, alrededor de los cuales se desarrolla la vida del hombre y la mujer
desde sus orígenes. El trabajo existe en función de la familia y la familia no
puede desenvolverse más que gracias a la aportación del trabajo. Este es
esencial para el desarrollo de la vida en familia. Es también, un derecho
natural y vocación de toda persona[1].
En el Año de la Fe
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El
Espíritu de Dios está ya presente en la historia humana más allá de la Iglesia,
como sabemos, preparando el terreno para la siembra del Evangelio. Por eso, con
esperanza fundada y ojos de misericordia, los cristianos mantenemos una actitud
de constante espera, de acompañamiento, de diálogo y disposición para aprender
y abrir puertas para reconocer la verdad cristiana, que subyace en el mundo del
trabajo, y para contribuir, con el Evangelio, a purificarla y enriquecerla en
cuanto sea necesario y posible.
El
cristiano, como miembro visible de la presencia de Cristo entre nosotros, tiene
la misión, desde su situación laboral, de vivir y mostrar ante los demás su
vocación de ser portador de la Buena Noticia del Evangelio. Esta vocación
incluirá en más de una ocasión, la denuncia de injusticias y carencias en el
mundo del trabajo. La regulación que se impone, más de una vez, a no pocos
trabajadores, por ley, o al margen de la misma, ha de denunciarse por el
cristiano siempre que sea incompatible con la dignidad humana y el respeto a
sus derechos fundamentales.
Debe
darse, por ello, en la comunidad cristiana una conciencia clara acerca de la
importancia y dimensiones del trabajo, porque ennoblece a la persona, hace
posible la convivencia en familia y santifica al trabajador, desde el cumplimiento
de la voluntad del Señor, (cf. Gn. 1, 26). Estamos en la tierra para dominarla
y perfeccionarla por el trabajo (cf. Gn. 1, 28).
Como
se lee en el cartel de la Hoac: “Ante una democracia rota, otra política es
posible desde la comunión”.
Ante la actual crisis de empleo
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No
me refiero únicamente a la distribución de ayuda desde nuestras Cáritas sino,
sobre todo, el estar muy cerca, junto a estas personas en sus sufrimientos,
para clamar juntos ante el Señor, que, por unas u otras mediaciones, encuentren
pronto una solución. Ante las actuales circunstancias se necesitan muchos
samaritanos que miren con amor a estos hermanos, pero también instituciones y
particulares que, por encima de cálculos económicos, les ayuden a poder
responder a un derecho fundamental: trabajar.
Sin
duda que el mundo del empleo es uno de los problemas más acuciantes de nuestra
sociedad. Por eso se lo encomendamos, también al Patriarca San José para que
conceda solidaridad entre los trabajadores, ingenio en los gobernantes y
caridad cristiana en todos nosotros para quienes sufren solos y necesitan de
nuestro apoyo. Mi felicitación a todos los trabajadores.
Con
mi saludo afectuoso en el Señor.
X
Ramón del Hoyo López
Obispo de
Jaén
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