Carta 32 a
Jesús de Nazaret.
Santos Pedro y Pablo. 29 –junio- 2014.
Evangelio. Mateo: 16, 13-19
S
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eñor.: Me extraña la pregunta que, al
llegar a Cesárea de Filipo hiciste a tus discípulos. Da la impresión de que te
importaba el “qué dirán” de la gente. Cosa que no creo.
O que, en aquellos tiempos
de tu estancia en la tierra, existiesen encuestas políticas, o simples sondeos
populares. Cosa que, tampoco me consta por el conocimiento de la Historia.
No fue por ignorancia, ni
por simple curiosidad.
¿Por qué hiciste la
pregunta?
Tú, hombre
excepcionalmente inteligente, lo tenías que saber. No vivías aislado; sino todo
lo contrario. Veías la reacción de la gente ante tus milagros y oías, al
terminar tus discursos, los comentarios de la gente sencilla y la de los
maestros.
Aventuro mi respuesta: No
te interesaba la respuesta de la multitud, que suele estar contaminada, y que
por impersonal, no compromete. ¿Es así?
Hoy, ¿la harías? Creo que
lo que verdaderamente te interesa es el diálogo personal que pone a la persona
preguntada ante ti, desde la verdad y la empatía.
La
respuesta de Pedro sí la diste por buena. Tú eras el enviado por el Padre para
instaurar el Reino de Dios en la Tierra.
Dabas así origen al nuevo pueblo de Dios. Pedro, judío, iba a substituirte como vicario y primera
cabeza de ese nuevo pueblo.
A la
confesión de Mesías, añadió el reconocimiento
de ti como Hijo de Dios vivo.
Señales más que evidentes de que Pedro era el
indicado por el Padre para ser el Gran Puente de la Nueva Realidad. La Piedra
para construir tu Iglesia, y Garantía firme de no ceder ante los embates del
Maligno.
Acertaste, como no podía
ser de otra forma.
Desde entonces, no dejan
de golpearla fuertes ataques de diversas fuerzas.
Y lo nombraste árbitro,
en tu nombre, entre el Cielo y la Tierra. A todos tus seguidores, aunque no
vayamos a tener tanta responsabilidad, nos eliges para hacerte presente en
nuestro mundo y en tu Iglesia.
Por eso, nos preguntas:
¿quién soy yo, para ti?
A tu pregunta, debe
seguir una respuesta similar a la de Pedro. Te manifiesto la mía:
Tú, eres el Hijo de Dios,
persona que vives y para la que yo
quiero vivir unido en el amor.
Con afecto y adoración.
Bartolomé Menor
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