“PREPAREMOS
LA NAVIDAD CRISTIANA”
Queridos
fieles diocesanos:
1.
El próximo domingo, 1 de diciembre, comienza el Adviento y, con él, un nuevo
Año Litúrgico.
Los
cristianos dedicamos, todos los años, seis semanas para celebrar la manifestación salvadora de Dios. En
el centro estará siempre la Noche de la Navidad. Lo anterior: preparación.
Después: Contemplación. Adviento. Navidad y Epifanía vienen a significar:
venida, nacimiento, manifestación.
El
Dios que quiso ser “Dios-con-nosotros” entró en nuestra historia hace dos mil
años, en Belén, pero esta venida se actualiza sacramentalmente, cada año,
durante este tiempo litúrgico. Es tiempo de gracia y profundización en nuestra
vocación cristiana, desde la fe, esperanza y caridad.
La
dimensión del Adviento queda magistralmente expuesta en una Carta Pastoral de
San Carlos Borromeo, en que leemos: “Así
como vino una sola vez en carne, si quitamos por nuestra parte todo obstáculo,
a cualquier hora y en cualquier momento está dispuesto a venir de nuevo a
nosotros habitando espiritualmente en nuestro interior con abundancia de
gracia” (Cartas Pastorales: Acta
Ecclesia Mediolensis, tomo II, Lyon 1683, 916-917).
2.
Nuestra Madre la Iglesia a través de la liturgia del Adviento nos invita a detenernos,
en silencio, para captar “la visita de Dios”. Él entra en nuestras vidas si le
abrimos interiormente. Desde el recogimiento tendríamos que escribir en estos
días como “un diario interior de su amor” al comprobar sus mil gestos de amor y
de atención para con nosotros. Podremos comprobar que Dios está, en nuestro
interior, que no se ha retirado del mundo, que no nos ha dejado solos. Caer en
la cuenta de que Él nos visita de múltiples maneras.
Esta
cercanía de Dios es la fuente de donde brota luego la verdadera alegría de la
Navidad. Ahí nace la paz interior, como don de Dios. En este sentido les
exhortaba san Pablo a los Filipenses: “Estad
alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4).
Durante
este tiempo podremos comprobar cómo la Iglesia nos lleva de su mano y nos
conduce, por medio de la Liturgia, por este camino entre la presencia de Dios y
la espera de los eterno. Vivimos el presente en el que podremos comprobar,
gracias a la luz de la fe, que están a nuestro alcance los dones de Dios y que
les proyectamos hacia el futuro, un futuro lleno de esperanzas.
3.
Son días, por tanto, de espera. Una ocasión más, nueva y propicia, para nuestra
salvación. En la vida siempre estamos esperando. El niño espera crecer; el
adulto busca su realización y éxito; en la edad avanzada se añora el descanso.
Pero en nuestro interior la voz de Dios nos dice que esta esperanza es poca
para el creyente.
Jesús
explicó esta verdad misteriosa con varias parábolas: en la narración de los
siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las
vírgenes que esperan al esposos; o en la de la siembra y la siega. Es ese final
el que anhela nuestro corazón: el encuentro con Dios, la llegada del esposo,
recoger los frutos que hemos sembrado.
El
Adviento debe despertar en nuestras vidas ese verdadero sentido de la espera,
volviendo nuestros ojos al misterio de Cristo, el Mesías esperado durante
muchos siglos, que nació en la pobreza de Belén y que continua naciendo para
nosotros.
4.
Nos decía san Carlos Borromeo que, en esta espera, hemos de quitar por nuestra
parte “todo obstáculo”.
Como
humanos que somos vivimos simultáneamente de forma inseparable una dimensión
espiritual y otra corporal. Somos parte de este mundo y estamos vinculados a
sus limitaciones y planteamientos materiales pero, al mismo tiempo, estamos
también abiertos incluso a dialogar con Dios y a acogerlo en nosotros.
Deberíamos
preguntarnos, por eso, en este Adviento: ¿Cuáles son los obstáculos que he de
hacer desaparecer para recibir en mi vida la visita de Dios en la próxima
Navidad? ¿Qué programa he de trazarme durante este tiempo en mi doble
dimensión: espiritual y corporal?
Posiblemente:
crecer en esperanza y caridad después del recorrido que hemos hecho en el Año
de la fe.
Afianzarnos
en que nuestra esperanza no carece de fundamento, sino que se apoya en un
acontecimiento que se sitúa en la historia y, al mismo tiempo, supera a esta
historia: Jesús de Nazaret. “Dios de
Dios, luz de luz”, como profesamos en el Credo.
Vivir
el amor de Dios en el prójimo, porque si vamos a poner nuestra mano en la suya,
si Él nos ilumina con la luz de su Palabra y el Pan de la Eucaristía, si hemos
experimentado su amor, debemos poner también nuestra mano en los hermanos.
Espontáneamente nuestro corazón se inclinará hacia los más necesitados porque
son los más cercanos y parecidos al Niño de Belén y a la sagrada familia del
portal
Que
María, Madre del Adviento, nos acompañe en este camino.
Con
mi afecto en el Señor.
Jaén, Adviento 2013
X Ramón del Hoyo López
Obispo de
Jaén
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