"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo
el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna". (Jn 3, 16). Pero
¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la Cruz? La Cruz es el recuerdo de tanto
amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por
sus amigos (Jn 15, 13).
Tras la retirada de la Cruz que durante tantos años hemos contemplado, creyentes
o no, como señal de paz y signo de reconciliación, no podemos más que expresar
un profundo dolor y tristeza ante tan lamentable acontecimiento. Un acto que
viene a enturbiar nuestra sosegada memoria, a remover rescoldos del pasado; a
abrir heridas curadas con el paso del tiempo. Esa Cruz que ahora se mira con
desprecio, muy al contrario de lo que se pueda pensar, por error o mala fe, fue
colocada en memoria de TODOS los que sufrieron, de un modo u otro, la sinrazón
de la violencia y la intolerancia.
No es menester recordar, que esa Cruz igualmente hace memoria de
aquellos que nunca supieron qué era un arma o un partido político; simplemente
les fue arrebatada vida y libertad por el sólo hecho de ser católicos, ir a
Misa o pertenecer a Cofradías y Hermandades Baezanas, tan queridas de todos, ó,
en nuestro caso concreto, pertenecer a la Adoración Nocturna. Qué decir de los
Sacerdotes asesinados, Monjas, Religiosos, Iglesias y Conventos asaltados e
incendiados, obras de arte de nuestro rico y valioso patrimonio salvajemente
destruidas; el Monumento al Corazón de Jesús de la Plaza de España, profanado,
derribado, arrastrado por las calles…etc. No debemos escarbar arbitrariamente en
la página más lúgubre de nuestra historia, pues, a todos nos toca, de un modo u
otro, en mayor o menor medida.
Flaco servicio a la reconciliación se ha hecho con este acto.
No hay mejor forma de olvidar lo ocurrido que con el más universal de
los signos del Amor y la reconciliación, la Cruz de Cristo.
La Santa Cruz retirada NO ES UN SÍMBOLO POLÍTICO, es un signo sagrado
para millones de personas en el mundo, en España y en nuestra Ciudad.
No es un yugo y una flechas lo que se ha retirado, ni una hoz y el
martillo, no es un eslogan, ni un símbolo partidista, es, el más santo y más
sagrado de los signos de la Civilización Occidental de bimilenaria historia.
Jugar a erigirnos en “jueces de una historia”, que las actuales generaciones no
vivimos, felizmente superada por el “espíritu de la transición”, y que el mundo
observó con admiración, nos parece cuanto menos irresponsable y temerario.
Hoy
parecemos asistir a la desaparición progresiva del signo de la Cruz. Desaparece
de las casas de los vivos y de las tumbas de los muertos, de nuestros colegios
y hospitales, y desaparece sobre todo del corazón de muchos hombres y mujeres a
quienes molesta contemplar el signo de
la Cruz. Esto no nos debe extrañar, pues ya desde el inicio del
cristianismo San Pablo hablaba de falsos hermanos que querían abolir la cruz:
"Porque son muchos y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la
cruz de Cristo" (Flp 3, 18).
Miles de Cristianos de todo el mundo son hoy
perseguidos a causa de su fe. Contemplamos con horror las imágenes en países de
oriente medio y Asia, donde los cristianos son salvajemente asesinados, las
mujeres violadas, niños, familias entras decapitadas, y el occidente
“democrático” no alza la voz ante esta barbarie. Y aquí, en casa, los nuestros,
retiran avergonzados de ella, la Cruz testimonio universal de fraternidad,
perdón y reconciliación.
¡Basta
ya! ¿Dónde están los defensores de los derechos del hombre? ¿dónde los
defensores de la libertad de culto y religión? Por qué no dedican sus esfuerzos
a protestar contra la sangrienta persecución a los cristianos de todo el mundo
en lugar de retirar los signos sagrados de la que es, nos guste o no, nuestra
historia. Ante estas realidades actuales, más grave aun se nos antoja este
lamentable episodio.
La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con
los humanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por
la ruptura y la falta de comunión.
Nuestra
razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la
cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos
los seres humanos buscamos: «No es la sabiduría de las palabras, sino la
Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la
vez, de salvación» (JP II, Fides et ratio, 23).
Los
cristianos no exaltan una cruz cualquiera, sino la Cruz que Jesús santificó con
su sacrificio, fruto y testimonio de su inmenso amor.
La
Cruz es la revelación definitiva del amor y de la misericordia divina, también
para nosotros, hombres y mujeres de nuestra época. Un mundo sin Cruz sería un mundo sin esperanza, un mundo en el que la
tortura y la brutalidad no tendrían límite, donde el débil sería subyugado y la
codicia tendría la última palabra; sin la Cruz la inhumanidad del hombre hacia
el hombre se manifestaría de modo todavía más horrible, y el círculo vicioso de
la violencia no tendría fin. Sólo la Cruz puede poner fin a todo ello. La
Cruz es el nuevo arco de paz,
signo e instrumento de reconciliación, de perdón, de comprensión; signo de que
el amor es más fuerte que todo tipo de violencia y opresión, más fuerte que la
muerte: el mal se vence con el bien, con el amor.
La Cruz de
Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia,
pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. La Cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para
cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona
de ser amada. La Cruz gloriosa de Cristo resume el sufrimiento del mundo, pero
es sobre todo señal tangible del amor, medida de la bondad de Dios hacia el
hombre. La Cruz es manantial de vida inmortal; es escuela de justicia y de paz;
es patrimonio universal de perdón y de misericordia; es prueba permanente de un
amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como
nosotros, hasta morir crucificado. En Jesús crucificado se realiza la máxima
revelación posible de Dios en este mundo, porque Dios es amor, y la muerte de
Jesús en la Cruz es el acto de amor más grande de toda la historia. La cruz nos hace hermanos.
¡NO A LA
RETIRADA DE LA CRUZ!
No hay comentarios:
Publicar un comentario