Pascua
de Resurrección
El
triunfo de la Vida
Queridas
Cofradías de Gloria:
Hemos
llegado a la más grande de las fiestas del año cristiano. Mis palabras quiero
que tengan el sentido de una felicitación para los hermanos cofrades y familias
que tengan la oportunidad de poder leer estas palabras.
Para
esta felicitación he decidido escoger una de las estrofas de la preciosa
Secuencia que escuchamos en la Noche de Pascua y que sintetiza bellamente el
misterio que celebramos durante estos cincuenta días:
“Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y muerto el que es la
Vida,
triunfante se levanta”.
Ciertamente,
la vida y la muerte lucharon en una batalla singular, única y definitiva.
Cristo, entregando su vida por la salvación de todos, se convierte en Vida que
triunfa definitivamente sobre el mal. Con la fuerza de su amor infinito ha
vencido al pecado y a la muerte. Por la fuerza de su sacrificio en la cruz, que
actualizamos en cada Eucaristía, hace nuevas todas las cosas.
La
Resurrección de Jesús constituye el núcleo del mensaje de la Iglesia y el
objeto esencial de nuestra fe. Como expresa San Pablo: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también
nuestra fe” (1 Cor. 15, 14). Los cuatro evangelistas narran este hecho
detalladamente y, lo mismo, el libro de los Hechos de los Apóstoles y las
cartas de San Pablo.
Podemos
imaginar los sentimientos que se agolparían en el corazón de aquellas mujeres,
las primeras, que acudieron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús.
Podríamos, asimismo, imaginarnos los sentimientos de los apóstoles cuando se
les aparece Jesús Resucitado deseándoles la paz en el Cenáculo en el día de la
Pascua y en otras ocasiones. ¡Cómo sería el encuentro del Hijo con María, su
Madre! Hasta tal punto ha calado este último encuentro en la fe profunda del
pueblo que, en diferentes lugares de nuestra geografía, se celebra en el día de
la Pascua la llamada Procesión del
encuentro en la cual una imagen del Resucitado se encuentra con una imagen
de María Santísima.
La
contemplación de la Resurrección de Jesús, de su triunfo sobre el mal, el
pecado y la muerte, nos abre el camino a determinadas actitudes pascuales para hacerlas nuestras y vivir el evangelio de
la alegría:
-
Alegría pascual de sabernos
amados por Dios Padre, redimidos por Cristo, llamados a vivir con plena
coherencia nuestros compromisos bautismales.
-
Confianza ante la eficacia
del amor divino para con nosotros, al entregarnos a su Hijo, camino, verdad y
vida que nos lleva al Padre.
-
Pobreza que relativiza los
bienes de este mundo, ya que estamos llamados a vivir el momento presente,
construyendo el Reino de Dios en este mundo, pero con vocación de eternidad.
-
Caridad y amor hacia Dios
desde la presencia eucarística y, desde ella, a nuestros hermanos.
Digamos
repetidas veces, durante este tiempo, la preciosa oración de santo Tomás:
¡Señor mío y Dios mío!
En
este apóstol depositamos las dudas e incertidumbres de muchos cristianos de
nuestro tiempo, también las nuestras, los miedos y las desilusiones de
innumerables contemporáneos nuestros. A él le pedimos su intercesión para
alcanzar, con renovada sinceridad, la fe en Cristo, muerto y resucitado por
nosotros. Esta fe, transmitida a lo largo de los siglos por los sucesores de
los Apóstoles continúa entre nosotros, porque el Señor Resucitado ya no muere
más. Él vive en la Iglesia y la guía hacia el cumplimiento de su designio
eterno de salvación.
A
todos os deseo una santa y gozosa Pascua de Resurrección.
X Ramón del Hoyo López
Obispo de
Jaén
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